Pedro Lastra

Ya hablaremos de nuestra juventud

 

Ya hablaremos de nuestra juventud

 

 

 

 

 

Por los poetas perdidos

 

Nosotros disputamos a otro reino sus nombres

a otros dioses sus cuerpos siempre ardientes

que arrastraron los sueños, el amor, cuanto existe

más acá del abismo,

abrimos las ventanas de ese reino

y hablamos con la voz del hermano perdido,

nosotros, que hoy amamos las mismas criaturas,

las terribles, veloces criaturas del mundo.

 

 

 

 

Mano tendida

 

¿Quién te exilió de mí, o me exilié yo mismo

como de mi tierra?

 

Fue un día lobo, un día tigre fue

de oscuras madrigueras,

o acaso un día halcón,

ave de presa y no de cetrería

que te diera el alcance y te trajera

a mi mano tendida.

 

Se borraron las líneas de esa mano

esperándote.

 

Hoy vuelves a grabarlas

con un poco de sangre.

 

 

 

 

Leve canción

 

Mientras espero tu llegada

las aves sobrevuelan el jardín silencioso:

ellas también te esperan,

con sus alas dibujan tu figura

y te veo venir por un claro del bosque

junto al agua real

encantada por pájaros más veloces que el sueño.

 

 

 

 

Ya hablaremos de nuestra juventud

 

Ya hablaremos de nuestra juventud,

ya hablaremos después, muertos o vivos

con tanto tiempo encima,

con años fantasmales que no fueron los nuestros

y días que vinieron del mar y regresaron

a su profunda permanencia.

 

Ya hablaremos de nuestra juventud

casi olvidándola,

confundiendo las noches y sus nombres,

lo que nos fue quitado, la presencia

de una turbia batalla con los sueños.

 

Hablaremos sentados en los parques

como veinte años antes, como treinta años antes,

indignados del mundo,

sin recordar palabra, quiénes fuimos,

dónde creció el amor,

en qué vagas ciudades habitamos.

 

 

 

 

Balada para una historia secreta

 

Miras por la ventana un paisaje de invierno

y la maligna lluvia te destruye

porque eres la ausencia.

 

Estabas y no eras,

hablabas y el silencio:

nunca eres más bella que cuando sé que eres

la que no está conmigo.

No encuentro en la memoria

un nombre que te deje a mi lado, un instante,

un nombre que me salve de verte así, creada

por la palabra ausencia.

 

Y por eso la lluvia, y por eso el silencio

y la fuga que eres, y el vacío y el vértigo

que eres

cuando la ausencia toma tu figura.

 

 

 

 

Madrigal

 

En el sueño inventé para ti una canción,

tus ojos alejaban en ella a la muerte

y tus manos venían

a borrar el celaje de algunas estaciones

sombrías del amor,

un invierno muy frío en el sur.

 

Huyó de mí en el día la canción,

fue hacia ti

que eras la voz amada

de ese coro de sombras.

 

 

 

 

Presencia del amor

 

El tiempo del amor es el presente

el presente que todo lo contiene

la aparición real de tu alma y tu cuerpo

lo ilusorio de ti

tu encantamiento

también tu lejanía

a veces sólo un nombre

y una voz que yo escucho claramente a mi lado

¿es un sueño es un pájaro o el rumor de una fuente?

y aunque estés o no estés

sueño y pájaro y fuente

has detenido el tiempo

como en la vieja escena

contada en una fábula.

 

Gran desdicha tu ausencia

que yo procuro en vano conjurar

como ves

con pobres artes de imaginación

la pequeña moneda que le es dada

al hombre solitario

que te hace vivir en su memoria

como a una gacela perdida en el bosque

y encontrada en la noche del regreso:

porque fuiste quien eres de una vez

en una hora

de esplendor no abolido.

 

 

 

 

Relectura de Enrique Lihn

 

Porque escribí estoy vivo.
E.L.

 

Pero yo que no escribo,

yo que casi no tengo ya palabra,

Enrique Lihn, amigo de los mejores días

(esos que no llegaron)

qué puedo hacer por fin

para encontrar el reino que sólo el sueño crea

con la palabra que no estuvo en el sueño:

los pájaros de antaño

o una muchacha junto al jazminero

en el centro del patio, si es que hubo ese patio

y no lo inventa el otro que soy al regresar cada mañana

mi enemigo mortal, el que habita en mi casa,

el que niega y se burla

de mis pequeñas trampas de tahúr obstinado

o de aspirante al cetro de los justos,

si es que hay justicia y justos

y diluvios, con su inmortal paloma

y todo eso.

 

 

 

 

Plinio revisitado

 

Yo también, Cayo Plinio, me admiro como Ud.

cada día

de las grandes

y pequeñas costumbres de la naturaleza.

Tal vez si usted volviera,

Cayo Plinio,

vería nuevas cosas

y una sola costumbre,

porque la muerte sigue igual.

 

 

 

 

Al fin del día

 

Pues nada habrá de ser

lo que fue alguna vez,

mi doble cotidiano

y yo,

que soy su sombra,

habremos de mirar al dador de la vida

diciéndole

con la vieja y debida reverencia:

los que van a morir te saludan.

 

 

 

 

Regreso del hijo pródigo

 

a Marcelo Pellegrini

 

He olvidado los nombres

que fueron algún día

mi paisaje y mi llama

y es en vano

que agite la memoria

sus manecillas herrumbradas.

 

 

 

 

 

Pedro Lastra (Quillota, Chile, 1932). Poeta, ensayista, crítico, profesor universitario. Entre sus libros de poemas figuran: Traslado a la mañana (1959); Y éramos inmortales (1969 y 1974); Noticias del extranjero (1979, 1982, 1992 y 1998); Canción del pasajero (2001); y Baladas de la memoria (2010). Textos suyos se incluyen en diversas antologías de América y Europa. Su obra, además, comprende innumerables ensayos y artículos sobre literatura chilena e hispanoamericana que integran publicaciones como Relecturas hispanoamericanas (1987), Asedios a Óscar Hahn (1989, en coedición con Enrique Lihn), Leído y anotado (1998) e Invitación a la lectura (2001). Bajo el título de Obras selectas (2008) aparecieron algunos de sus ensayos y poemas más notables. En la actualidad es director de Anales de la Literatura Chilena de la Universidad Católica de Chile. En 2011 ingresó como miembro de número a la Academia Chilena de la Lengua.

Written by Mario Meléndez

Deja una respuesta

Fernando Valverde

Francesca Serragnoli