Juan Felipe Robledo

Nos debemos al alba y otros textos

 

Nos debemos al alba y otros textos

 

 

 

 

 

NOS DEBEMOS AL ALBA

 

Traicionar las palabras,

canjear su peso, su color,

en el sucio mercado de los días

es acto que nos llena de muerte

y ceniza y vago afán.

Ha de ser castigado

con el hierro, la soledad,

el tedio y la miseria.

Nos debemos al alba,

plateros, a la dicha,

y al canto y al remo

y al ensueño trazado en la garganta

y a mañanas sin prisa

en las orillas de un mar que ya no es.

Porque al final todo es olvido

para quien al tráfago su sangre dona,

a la parla chi suona

y a conversaciones con tontos

y mercachifles,

y comete delitos en descampado

con las pequeñas,

las terribles y mansas

y arteras palabras.

 

 

 

 

PALABRA QUE NO DICE

 

No dice la palabra,

no dice como lo hace quien dice:

“No tengo dinero, no hay para una limosna”,

la callada palabra no dice hoy: “Me debes”,

y que no diga es una bendición.

 

La palabra no dice, no canta en el centro del plató,

la palabra está sola, limpia su cara y se atusa el bigote,

está ahí, gordita, esperando para entrar en el baño.

 

La palabra salterio, la fantasiosa, la inteligente y estentórea,

no nos ha concedido una cita, no se muestra para nosotros.

Adormilados, acariciamos sin ganas la palabra cotidiana

y ésta sí nos cobija, cómo nos quiere sin que lo notemos.

 

La palabra cocina un potaje de amor

y es mamá regresando de comprar pastelitos para su amado perro negro,

nuestra ropa dejada a merced de la espuma en un platón con agua,

el tenedor que se enredó en las sábanas,

la mancha asimilada a un rostro en la ventana.

 

Ésta, la palabra que no exorna un yelmo

y es aceite turbio en el mesón de la cocina

y telaraña en el descansillo de una escalera

y trepidación de un insecto en medio de la noche,

esa llave que nada abre y conservamos por si acaso

es, ahora, la palabra.

 

(Pequeña camarada que aprende con nosotros a contar el tiempo,

a dividirlo y multiplicarlo y sumarlo y restarlo de lo que nos queda).

 

 

 

 

CAFFÉ ROVI

 

No hay halcones atravesando el cielo.

No hay fanfarrias en la calle vacía.

 

Somos pedazos de piel brillando sobre la pradera,

somos recetas sin la información precisa,

y las señoras que van a comprar lo del almuerzo

saben mucho mejor que nosotros

qué es lo importante.

 

Estamos callados, sumisos, sin prisas,

cerca del corazón nos acompaña la estilográfica,

tarareadora, y desciende y escuece entre las manos

con una velocidad de luceros que se apagan en abril

(Cesare Pavese despidiéndose para siempre jamás de un mundo

en el que nunca estuvo del todo).

 

El dueño de sí, el que calcula cifras en una oficina refrigerada en agosto,

el jerarca, el adalid de una causa de mierda,

el señor de relojes locuaces, atentos,

no nos daría la bendición,

no es nuestro aval.

 

Es bueno que sea así,

es maravilloso que el tiempo se deslice por lo bajo,

es una alegría estar aquí y que el agua nos haga falta

y que la suciedad nos aceche,

para recordarnos que el corazón es de todos,

bullicioso niño inconstante sobre el prado que vislumbramos

más allá de la estancia tapiada de los ogros,

esa que podemos echar abajo abrazados, jubilosos,

sin dudar.

 

 

 

 

SE ACEPTA LA PROPIA CONDICIÓN

 

No es arriba, en el cielo, donde encontraremos nuestro destino,

no es abajo tampoco, porque allí nuestros pies encontrarán el polvo,

no entre adelfas o nomeolvides hallaremos reposo,

no habrá pausa en el tiempo de los días álgidos,

no hallaremos consuelo en el roto corazón.

 

No, no hay ánimo para irse de fiesta

ni efemérides para celebrar,

permanecemos con el espinazo quebrado bajo las lámparas.

y no descubriremos un sitio más cómodo.

 

Viajamos en medio del espanto, padres de gemidos que no se oirán en la brisa,

y no somos sino días cegados

y ponientes que se doblan y mañanas para nada

y delirios de un ayer que tampoco fue mejor.

 

 

 

 

NO ESCRIBIRÉ UN TESTAMENTO

 

No habrá cajas funerales que entorpezcan la tarde,

cardúmenes de ballenas no despedirán el túmulo de mi olvido.

Hace tiempo pensaba que las cosas habrían de ser luminoso encanto,

pero la hierba y el jardín de los domingos están revueltos.

En los pies adoloridos se hospeda la cansada vida

y el acero puede atravesar la dermis sin hacerla sangrar.

Los lentos e imprecisos momentos que fui malgastando

no van a cambiar a nadie. Abrazamos el día

y en él nos refugiamos, condenando el tedio que se nos cuela.

¡Qué bueno será dejarse ver cerca del río,

en la corriente descubrir el sitio de lo imprevisto,

el apalancado dominio de la muerte en la brisa,

y que el oso parco nos pesque como a salmones torpes!

 

 

 

 

 

Juan Felipe Robledo (Colombia, 1968). Estudió la carrera y la maestría de Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, donde es profesor. Ganó el premio internacional de poesía Jaime Sabines en 1999, concedido por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, en México, con De mañana. Obtuvo el premio nacional de poesía del Ministerio de Cultura de Colombia en 2001 con La música de las horas. En 2010 la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá publicó El don de la renuncia. Han aparecido seis antologías de su poesía: Nos debemos al alba (Golpe de Dados, 2002), Calma después de la tormenta (Colección Viernes de Poesía, Universidad Nacional de Colombia, 2002), Luz en lo alto (Universidad Externado de Colombia, 2006), Dibujando un mapa en la noche (Ediciones Igitur, 2008), Aquí brilla, es extraño, la luz de nuevo (Ediciones San Librario, 2009), Poemas ilustrados (Tragaluz editores, 2010).

 

Written by Mario Meléndez

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