Mariluz Escribano Pueo

Cuando me vaya

 

Cuando me vaya

 

 

(Selección de Remedios Sánchez)

 

 

 

IX

 

Tuya es mi voz y el hueco de mi mano,

mi cálida sonrisa intrascendente,

los suspiros que van, sencillamente,

de mi aliento a tu aliento tan lejano.

 

Nada vive en mi sangre tan cercano

como tu corazón. Serenamente

creces en mí, y en mí como simiente

te guardaré mañana. Y será en vano

 

que la tarde me llame a la tristeza,

con sus dorados tonos otoñales

porque te tengo a ti por centinela.

 

Y es tanta la ternura y la tibieza

que derraman tu gesto y tus modales

que tu sola existencia me consuela.

 

(De Sonetos del alba, 1991)

 

 

 

XVII

 

Desmayo de la tarde hacia el poniente,

paso a paso la sombra descendiendo,

quebrada ya la brisa, oscureciendo,

cipreses en el agua de la fuente.

 

Un temblor de la hierba que se siente

herida soledad, siempre sufriendo

sin flor ni aroma, apenas si creciendo

socorrida de amor por la corriente.

 

Pequeña alondra que en el chopo canta

acunando la tibieza sobre el trigo

ajena a la alegría que levanta.

 

Del monte anochecido se adelanta

este olor a mastranzo que persigo

para verde collar de mi garganta.

 

(De Sonetos del alba, 1991)

 

 

 

CANCIÓN DE LA TRISTEZA

 

Aquí está la tristeza.

No hay mar para abarcarla con latidos

de barcos por sus olas,

no hay albas más inciertas por sus bordes,

ni sueños que respiren

paisajes humanísimos y ocasos.

 

Porque está aquí y es sólo la tristeza

de saberme mujer como manzana

asomada a la lluvia del espejo,

a una historia desnuda de relatos

y un pasado sin nombre y consecuente

y justamente azul, como debiera,

como debe erigirse en la memoria.

 

Ahora tengo una mano de marfil

y otra de ausencia

y ejerzo de tristeza y de noviembre.

 

(De Canciones de la tarde, 1995)

 

 

 

CANCIÓN DEL OLVIDO

 

No recuerdo tu nombre

aunque abejas libaran tu apellido

pródigas en la miel.

Desde el rincón del libro

donde habitaba el son de aquel poema

desprende polvo una flor.

Y el mar, que no se muere,

ha borrado la arcilla de tu nombre

para que no regrese

a mis labios de sal y enredadera.

 

(De Canciones de la tarde, 1995)

 

 

 

YO NO SÉ SI RECUERDAS

 

Para Luis García Montero                                       

 

Yo no sé si recuerdas los jardines,

el camino del mar que era aquel río

desmemoriado y pobre.

Si la infancia volviera hasta tus ojos,

si acaso regresaras, si regresas,

descansa el pie bajo el laurel antiguo,

detente ante las rosas invernales,

recupera una infancia de arboledas,

antes de entrar al templo de los dioses.

Que el tranvía te diga

adiós con un pañuelo,

que compartas la música del pájaro,

sin olvidar que esta ciudad es triste,

melancólicamente desnutrida,

con la ruindad del mundo en sus zapatos.

Si volvieras, al fin, si regresaras,

eleva la mirada hasta la altura

y sueña una ciudad que tiene un río

que te hizo almirante sin saberlo.

 

(De Umbrales de otoño, 2013)

 

 

 

LOS OJOS DE MI PADRE

 

Los ojos de mi padre,

los ojos de mi padre,

mirándome en la patria cereal de los trigos,

en un tiempo de cunas

mecidas por el viento de la guerra,

mirando cómo crezco

en los abecedarios

y conquisto sonidos primitivos

balbuceos, palabras necesarias,

porque él me empuja y vuelve,

desde su corazón y sus espigas,

su corazón de tierra y manantiales,

patria de tierra y gritos apagados.

Mi padre es un silencio

que mira como crezco.

Sus manos me conforman,

me miran la estatura,

la dimensión del cuerpo,

averiguan gozosas

que me elevo en trigal.

Las manos de mi padre

tocan mi cuerpo y cantan,

y yo sé que me acunan

con nanas de caballos,

con la salmodia triste del judío,

del converso que habita por su sangre.

Pero paseo con mi padre.

Abandono en sus manos

mis manos tan pequeñas,

y al calor de su sangre

mis pulsaciones tienen

una ambición de tiempos.

 

En las luces inquietas de la tarde,

al borde de la noche,

vamos pisando hierbas, territorios,

ríos como torrentes, manantiales,

horizontes donde la niebla habita,

paisajes metalúrgicos y bosques,

ciudades, vientos, cordilleras,

blancas constelaciones.

Camino con mi padre.

Me nombra a las palomas,

pájaros migratorios,

aguanieves que rozan las praderas,

alcaudones de viento,

golondrinas, gorriones, avefrías.

Y todo pasa y llega de su mano,

y a mi infancia regresa

el calor confortable de su sangre

 

Cuando llegan los días de septiembre,

láminas del otoño,

las madrugadas frías y estrelladas

detienen sus palabras.

Pero es sólo un instante

de sangre y de fusiles

porque mi padre vuelve del silencio

y pasea conmigo

el callado silencio de las calles,

y los campos sembrados

y las constelaciones,

y su voz de madera me acompaña, me mira cómo crezco.

Todo el mundo conoce

que heredé de mi padre una bandera.

 

(De Umbrales de otoño, 2013)

 

 

 

GABO

 

Cruzan los teletipos los océanos azules;

ha muerto Gabo dicen, como si fuera un cuento,

allá en Colombia habita el buitre que cantaba

esa mala noticia que nos deja tan huérfanos.

El eco lo repite: ha muerto Gabo,

y un profundo dolor deja en los ojos lágrimas.

Macondo está de luto, con sus callejas lóbregas

y sus hombres alzados sobre el polvo del tiempo.

 

Cien años de soledad son pocos

los que nos deja el hombre

que levantó una patria con nombre de Macondo,

habitada por hombres y por mujeres tristes

tan solos en un mundo ajeno a la aventura.

 

Sólo queda en Colombia un rincón ignorado,

Macondo se llamaba y Macondo se llama,

algún aventurero buscará con presteza,

aquellos peces de oro de Aureliano Buendía.

 

(De El corazón de la gacela, 2015)

 

 

 

ESCRIBIRÉ UNA CARTA PARA CINCO

 

Cuando surja la luz de primavera,

y las rosas dibujen sonrisas de colores,

escribiré una carta para cinco muchachos,

contándoles lo mucho que gané con la vida.

 

Escribiré desde una nube blanca,

con una tinta azul que no la borre el tiempo,

porque no volveré a pisar las arcillas,

ni la dura tristeza del asfalto.

 

Contaré que mi vida

fue una historia muy larga,

con mapas y lecciones

en un palacio antiguo,

el fragor de los trenes

hacia el país del trigo,

la lluvia sobre el mar

y las arenas suaves.

El Cantábrico allí,

tan lejos de Granada.

 

Después vinieron ellos,

esos cinco muchachos,

y los días pasaron

con nanas y con besos,

con los ojos dormidos

en cuna almidonada.

 

Mi corazón estuvo

siempre en guardia con ellos

Y ahora que ya han crecido

y conocen los mundos de las hierbas

los nombres de los pájaros,

la música del mundo,

los placeres del libro,

creo que ya he cumplido

mi misión en la tierra.

 

Escribiré una carta para cinco

cuando la primavera arribe

y me inunde la casa de amarillos.

 

(De El corazón de la gacela, 2015)

 

 

 

CUANDO ME VAYA

 

Dejaré un silencio en el recuerdo,

sonidos de una voz que fue muy joven,

y un aroma de sándalo y cipreses

para que no me olvides.

 

Y ahora, cuando el sol desaparece

con la promesa de una noche clara,

las estrellas se esconden

y están muertas de tanta nívea luz.

 

Dejaré abierta la ventana.

Un gorrión divulgará mi huída,

y un frescor de mañana

anunciará mi marcha,

con trémula voz para llamarte.

 

Cuando me vaya

perderé  las praderas,

los bosques encendidos de noviembre,

el verde del jardín en primavera,

la tenue luz de los planetas,

la sonrisa de un niño,

el calor de un amigo,

 

lágrimas de dolor por los caminos

que transité tan alta,

la caricia de un perro

que dio fuego a mis manos.

 

Cuando me vaya

habré perdido tantas cosas,

que creceré en trigal

por no morirme.

 

(Inédito)

 

 

 

 

 

Mariluz Escribano Pueo (Granada, España, 1935-2019). Cursó estudios de Filosofía y Letras y se doctoró en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, en la que ejerció como Catedrática de Didáctica de Lengua y Literatura en la Facultad de Ciencias de la Educación. Colaboradora habitual de revistas de Filología y Didáctica, simultanea sus estudios científicos con la creación literaria. Entre sus obras destacan: Sonetos del alba, (1991), Desde un mar de silencio (Cuadernos del Tamarit, Granada, 1993), Canciones de la tarde (1995), Cartas de Praga (prólogo de Luis García Montero, 1999), Sopas de ajo (2001, 2ª ed.), Memoria de azúcar (2002), Ventanas al jardín (2002), El ojo de cristal (2004), Sonetos del alba (prólogo de Gregorio Salvador [RAE] y Estudio Preliminar de Remedios Sánchez García, 2005, 2ª ed.), Jardines pájaros (2007), Los caballos ciegos (2008) y Escuela en libertad (2009); en colaboración con Tadea Fuentes vio la luz, Diálogos en Granada (1995), Papeles del diario de doña Isabel Muley (2º ed. 2008), Umbrales de otoño (Hiperión, 2013), Premio Andalucía de la Crítica 2014 y El corazón de la gacela (2015), publicado en  Valparaíso. Fue columnista habitual de Ideal. Diario Regional de Andalucía desde 1971 como antes lo fue de Patria. Dirigió y presidió desde su fundación, en 2005, la prestigiosa publicación semestral EntreRíos, Revista de Arte y Letras.

 

Written by Mario Meléndez

Deja una respuesta

Harold Alva

José Francisco Robles