Fernando Valverde

La caída y otros textos

 

La caída y otros textos

 

 

 

 

SOMBRAS

 

Nada he podido hacer para evitar la sangre

que llena tus pisadas sobre un campo de Módena

como un volcán herido bajo el cielo.

 

Ahora estás en Praga

y confías tu suerte al corazón del río.

– Esos troncos que flotan

tienen la mordedura de la brisa,

dices mientras escuchas sus quejidos

que recuerdan a ti

como un lugar cerrado advierte de una araña.

 

Todo el mundo hace daño alguna vez,

incluso yo,

que creí sostener entre mis manos

el bien y el mal.

 

Pero hay plagas que mojan los barcos y los árboles

igual que un cazador llena de plomo un rifle.

No entiendes las razones de quien levanta un muro

ni calculas la altura de las torres

para no sospechar su sombra o su caída.

 

– Quiero volver contigo a esta ciudad,

susurras en Varsovia esperando que nieve.

En un hotel de Amsterdam

pienso que es imposible volver a las ciudades

que son como una espada que atraviesa un deseo.

 

Puedo verte dormida

mientras los petroleros atraviesan el Bósforo.

En tus sueños,

son inmensas ballenas que convierten el mar

en cascadas de humo.

 

Sólo yo sé el secreto:

consiste en repetir tus pasos en la nieve

y evitar en la arena mis huellas quebradizas.

 

Hoy quiero pasear bajo el cielo de Módena

y recoger las uvas que escoltan los insectos

para salvar tu boca de la fruta podrida.

 

 

 

 

EL BOSQUE

 

Alguien entra en el bosque mientras grito.

 

No puedo detenerlo.

 

Sólo existe mi voz

tan rota y tan cobarde

que cada noche vuelve a repetirse

sin que logre hacer nada.

 

Hay tanta incertidumbre allí en el bosque,

es tanta su espesura,

que es mejor estar quieto,

aunque la misma angustia suceda cada noche,

aunque el bosque sea yo y alguien huya de mí.

 

 

 

 

UN LOBO

 

Dentro de este poema pasa un lobo

que deja sus pisadas en la nieve.

 

Sigiloso y hambriento,

recorre una ciudad

que miró confiada hacia el futuro.

 

Hoy han bajado todas las persianas.

 

Es tarde,

trato de no hacer ruido

y que avancen los versos como pasan los días

para que el lobo escoja

un camino que lleve a otro lugar,

una presa más débil.

 

Pero en este poema espera un lobo

que ha venido a buscarme.

Aunque intente estar quieto y no hacer ruido

salta por las palabras un recuerdo

que me arranca un aullido y me devora.

 

 

 

 

MADRUGADA

 

Cada vez que un cobarde enciende una cerilla

siento la soledad del fugitivo

y puedo ver mi rostro en un espejo.

 

Entonces me pregunto si esa imagen de mí

proviene de la luz azul del fósforo

o de la oscuridad.

 

 

 

 

LA ANSIEDAD

 

Tengo en el corazón un reptil que me araña

tratando de volver a sus piedras azules.

 

 

 

 

LA CAÍDA

 

A mi madre

¿Recuerdas cómo mueren los pelícanos?

Bajo el sol de la tarde

que golpea la costa del Pacífico

el agua los engulle como al plomo.

Nada puede salvarlos.

Hay tanta dignidad en el vacío,

tanto amor en sus vuelos,

que en el último instante escogen el silencio.

Sólo queda

el golpe de sus cuerpos contra el agua

como un rumor de viento imperceptible.

Desde esta habitación no puede verse el mar,

no existen altas rocas y no queda horizonte

que no hayan destruido.

No importa,

intuyes un rumor en esta noche negra,

puedes tocar su brazo.

Recordarás entonces, al percibir el frío,

que en otoño ese mar que tanto amas

se vuelve gris y deja

los nombres del pasado escritos en la arena.

Te has sentado a mirarlos.

Frente a ti,

torciendo el horizonte,

un niño se sumerge entre las olas.

El levante, tan cálido y perfecto,

lo traiciona y lo empuja.

Has venido a salvarme.

Tus brazos,

tan frágiles ahora,

cubren el cuerpo de mis nueve años

hasta tocar la orilla.

Es cierto,

desde esta habitación no puede verse el mar

pero tiemblan mis manos igual que aquella tarde.

Ahora cojo las tuyas,

siente cómo te amo,

cómo salvas mi miedo con tus gestos,

cómo tienes la vida sujeta entre los dedos.

Deja a un lado la carne,

has golpeado tanto tu rostro contra el agua

que la luz se ha quebrado.

No hay estrellas debajo del océano.

Abre los ojos,

es tan ciega la muerte que el temor te confunde.

Abre los ojos,

búscame ahora en medio de este océano,

voy a agarrarte fuerte con mis brazos,

siente cómo te aprieto,

busquemos nuestra orilla,

el mar no ha dibujado nuestros nombres,

es hoy, no somos el pasado,

es salado el sudor,

es la espuma del mar contra las rocas

este miedo en tus labios.

Nos espera la vida.

 

 

(De Los ojos del pelícano, 2010)

 

 

 

Fernando Valverde (Granada, España, 1980). Es una de las voces más premiadas y reconocidas de la joven poesía en español.
Con veinte años apareció su libro Viento favorable, que obtuvo un accésit en el Premio Hispanoamericano de Poesía «Juan Ramón Jiménez». Madrugadas (Editorial Cuadernos del Vigía) y Razones para huir de una ciudad con frío (Visor Libros) fueron sus siguientes publicaciones.
Por una colección de poemas de viajes titulada La soledad del extranjero (Universidad de Granada) recibió en 2005 el premio «Federico García Lorca» para estudiantes universitarios españoles. Los ojos del pelícano ha obtenido el prestigioso premio «Emilio Alarcos» del Principado de Asturias. Con la publicación de este libro, su autor se convirtió en el primer poeta menor de treinta años con dos obras en la editorial Visor.
Colaborador habitual de importantes revistas y periodista cultural del diario El País, sus poemas han sido editados en Italia, Costa Rica, México, Colombia, El Salvador, Nicaragua, Chile, Perú y Argentina, entre otros, y traducidos a diferentes idiomas.
Doctor en Filología Hispánica y licenciado en Filología Románica, actualmente se desempeña como profesor en la universidad de Virginia y dirige el Festival Internacional de Poesía de Granada.
En 2021 la reconocida editorial estadounidense Copper Canyon Press publica en versión bilingüe y con la traducción de Carolyn Forché su libro América.

-Fotografía del autor © Joaquín Puga.

Written by Mario Meléndez

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