El ciudadano Online

Por Oscar Saavedra Villarroel

 

¿Qué significa para ti escribir poesía? Cuéntame tus inicios. Tu proceso.
La escritura es un proceso al que debemos dedicarle tiempo. El oficio y rigor son elementos fundamentales, las infinitas lecturas y el sentido de humildad en relación a todos aquellos autores que nos precedieron. Gonzalo Rojas parafraseando a Goethe, abogaba en tal sentido: “Yo no sé lo que es llegar”, decía, y en esta afirmación sincera estaba su permanente sentido de búsqueda. A lo mejor nunca escribiremos el gran poema, pero en el intertanto vamos separando algunas cosas que finalmente constituyen nuestro imaginario. Si es que podemos hablar de tal. Pero también debe existir cierta disposición, y luego desarrollarla de la mejor manera, sino la fruta se pasma en el árbol sin madurar.  Ya lo señalaba el poeta Antonio Cisneros, por mucho que uno insista, si no hay una disposición interna, una aptitud particular, la cosa no avanza. “Camote más camote, da camote”, sentencia. Y yo concuerdo plenamente con eso. Habría que agregar algo no menos evidente, y es el hecho de que sin lectura no hay escritura. La lectura nos lleva a nuevos imaginarios, amplia nuestro registro, y esto es vital para un escritor. Mientras más imaginarios conozcamos, mayores posibilidades tenemos a la hora de abordar la página en blanco. Porque el tema de fondo es: cómo somos capaces de proponer algo nuestro allí donde parece que se hubiera dicho todo.

Vivir en Europa, antes viviste en México. Estar lejos de la tierra que te vio nacer. ¿Qué sientes? ¿Qué representa?
No tengo esas nostalgias fatídicas de las que hablaba Rojas. Ya lo decía Cisneros: “La patria verdadera es donde a uno lo valoran, lo quieren y lo respetan”. No sé si ese lugar lo he hallado todavía. Tal vez México sea lo más cercano a esa afirmación. He sido un
ser errante contra mi voluntad. Yo creo que a la mayoría nos gustaría vivir en la tierra donde nacemos. Hasta un poeta planetario como Neruda siempre volvía a sus raíces, necesitaba del mar de Isla Negra. Pero si esa tierra no te da las condiciones mínimas dedignidad. ¿Qué hacer entonces? ¿Auto exiliarte? Los que pueden hacerlo. ¿Y los otros? Siempre recuerdo un poema de José Emilio Pacheco que resulta muy revelador al respecto: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, / gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas / -y tres o cuatro ríos”. Cuando recuerdo Chile, lo hago pensando exclusivamente en mi familia y en esos tres o cuatro amigos por los cuales vale la pena volver de vez en cuando.

Háblame de tus libros, tus publicaciones. ¿Cuál es el que te ha dejado con mayor satisfacción?
La verdad no soy muy bueno para hablar de lo que uno modestamente haya podido realizar. Pienso que la obra debe hacerlo por uno, y si no lo hace, es simplemente porque no fue el reflejo de su tiempo o no logró enquistarse en la memoria colectiva como algo digno de ser compartido.
¿Qué podemos decir luego de Pessoa, Vallejo, del Neruda de las residencias? ¿Qué hacer después de esas 19 páginas ejemplares que conforman La tierra baldía y que son una lección de rigor y lucidez mayor? ¿Cuánto le debemos a Eliot, a Pound, a Celan, a esa capacidad de separar el polvo de la paja, de apostar a lo cualitativo por sobre lo cuantitativo? Algo tan distante de ciertos poetas actuales que perpetran libros sin rubor alguno, donde no existe la más mínima autocrítica y cuyo carácter hiperbólico raya a veces en la exageración grotesca.

Eres un poeta inquieto, siempre te veo participando de revistas, realizando antologías, es decir, moviendo la poesía hispanoamericana. De dónde nace ese interés. ¿En qué revistas participas continuamente? ¿Qué te ha inspirado a cubrir y cumplir estas acciones?
Difundir el trabajo de otros por el valor o afinidad que reconocemos en sus obras y no necesariamente porque sean nuestros amigos, creo que manifiesta un sentido social. Algo que puede resultar extraño en estos tiempos de mezquindades y egolatrías, donde el tráfico de influencias, el intercambio de favores o el juicio vencido por la gratitud, pesan más que el valor intrínseco de una obra. Esto lo he hecho durante años a través de diversos canales. Comenzaría por mencionar el notable proyecto Letras.5, de nuestro querido y generoso amigo y editor Luis Martínez, cuya apreciada revista es material de consulta en varias universidades de España y Latinoamérica. Círculo de poesía, que nace en Puebla, México, y que en pocos años se ha convertido en uno de los grandes referentes no sólo de la poesía hispanoamericana. Otros proyectos dignos de destacar serían la revista Ómnibus (España), Triplov (Portugal), Panorama cultural (Suecia), Resonancias (Francia), Poetarum silva (Italia), Frear (Grecia), Vallejo and Company (Perú), La raíz invertida (Colombia), Letralia (Venezuela), Buenos Aires Poetry (Argentina), Germina Literatura (Brasil). Sin duda hay muchas otras pero te menciono aquellas en las cuales he colaborado de manera permanente y que siempre han tenido para conmigo la mejor disposición.

¿Crees que sería un aporte insertar la Educación Poética o enseñanza de la poesía en la educación? ¿Por qué?
Siempre será un incentivo pensar que estas cosas pueden acontecer. Que se pueden llevar adelante iniciativas de tal naturaleza. Ya lo decía Galeano: “Para qué sirve la utopía, para caminar”. No estoy sosteniendo que esto sea irrealizable. Pero es algo que tiene que ver con la voluntad. Cuando existe, se pueden hacer cosas insospechadas. Sin voluntad y sin los mecanismos adecuados, todo se pone cuesta arriba. Será posible un día acceder a instancias mayores, con una clase política que tiene cero credibilidad, con un Estado que sigue reprimiendo a sus etnias, con una desigualdad social que se expande como la mala hierba, en fin. Creo que la apuesta más real y digna sigue siendo la autogestión. Tú mismo diste origen hace algunos años a un notable proyecto llamado Descentralización poética, que ha llevado y sigue llevando la poesía no sólo a lugares apartados sino a espacios donde antes era inimaginable que ocurriera. Permitir que las cosas acontezcan. Pero para eso también se deben deponer los personalismos, y en este tipo de sociedades resulta una tarea bastante compleja. Por otra parte, el sujeto social y político no es el mismo de hace 40 ó 50 años. Sus intereses han derivado hacia una esfera netamente individual. La atomización del sujeto ha sido el triunfo del capitalismo, su esencia, su leitmotiv. Un ser disgregado es vulnerable, precario, relativo.

Hay temáticas que a los o las poetas inspiran para seguir. ¿Qué temáticas aborda tu poesía?Hablaré de una obra en particular sólo para vincularla al aspecto temático. Se llama La muerte tiene los días contados. Este libro jamás habría sido escrito si no hubiese vivido en México, porque México me da el tono de esta obra. Ya no es la muerte en un sentido ritual o solemne. Acá se produce una derivación hacia lo lúdico, lo festivo. La muerte como parte de un imaginario que se basa en la ironía, lo insólito, lo absurdo, para dar cuenta de una realidad fragmentaria y que yace de espaldas a todo lo que había escrito antes. También es un diálogo con la historia, la literatura, la música, la pintura, el cine, etc. A través de un lenguaje coloquial y anecdótico se asume una crítica al dogma, a las instituciones y, en definitiva, al poder. El poeta y ensayista Luis Benítez, en el prólogo a la edición argentina de este libro, sostiene: “En principio, señalemos que toda ironía en el fondo –y aun por delante- conlleva una mirada piadosa dirigida en espejo a aquello sobre lo que se ironiza. Que la ironía que destila –entre otros aspectos- esta obra de Meléndez, tenga por objeto la más impiadosa de las entidades, habla a las claras del punto de partida original que ha elegido el poeta para su trabajo, donde el hombre, que es el único animal que sabe que se va a morir, se dirige a la muerte a escala de la historia pasada y la más reciente, despojándola de su aura fúnebre a medias, para “humanizarla” a un grado tal que, por momentos, hasta la misma muerte nos despertará una sospechosa “condolencia” –no hay término más apropiado, dado el objeto- respecto de su suerte. Aquí, sin embargo, se evidencia el sentido del sentimiento despertado en espejo: quizá no nos condolemos de la suerte de la muerte, sino de la nuestra propia, proyectados en su temible figura. La muerte interlocutora de Meléndez, la fijada por Meléndez, no es solamente la alegórica entidad ni el hecho irreversible y biológico que a todos nos acecha seguro de su ineluctabilidad: es otro disfraz del hombre, quien debe aludir y eludir para hablar de aquello que lo toca hondamente”.

¿Cuáles han sido tus influencias literarias?
Somos parte de una tradición, no crecemos por acción espontánea. Somos la suma de las infinitas lecturas que nos preceden. La historia de la literatura es la historia de los palimpsestos, vale decir, de escritura sobre escritura. Y en este proceso de derivaciones, tomamos lo que otros hicieron y a eso le agregamos nuestra impronta. Uno es heredero de sus lecturas, sus afectos, sus obsesiones. Juan Luis Martínez afirmaba que: “Toda obra literaria de algún valor es un conjunto de textos extraídos de otros textos o de otras obras que la tradición ha prestigiado de algún modo. Es imposible la lectura de un texto que no esté vinculado, encadenado, a formas y modalidades ya establecidas de lectura”. En este contexto digamos que mis influencias han ido mutando con el tiempo. Aunque uno conserva un puñado de autores a los que siempre vuelve. El primer contacto que se tiene, hace referencia a los autores más cercanos, y en mi caso la tradición de la poesía chilena de principios del siglo XX. Luego se van descubriendo otros nombres afines (Stella Díaz Varín, Arteche, Lihn, Barquero, Teillier, Hahn, Martínez), hasta arribar a los más recientes (Silva Acevedo, Millán, Zurita, Maquieira, Riedemann, Harris, Llanos). A medida que se avanza en el proceso de escritura, aparece la gran tradición latinoamericana a partir de Girondo, Vallejo, Borges, Gorostiza, Guillén, Moro, Lezama Lima, Paz, Orozco, Eielson, Cardenal, Juarroz, Varela, Sabines, Gelman, Pizarnik, etc. De allí derivamos a la poesía española, inglesa, francesa, alemana, italiana, rusa, griega, para finalmente adentrarnos en otras coordenadas no menos estimulantes. Son tantos los grandes poetas, las grandes obras, y tan poco el tiempo que uno tiene para asimilar sus lecturas.

¿Cuál es tu libro de cabecera? ¿Podrías nombrar un poema de otro autor que pienses es fundamental?
Sin duda Poemas humanos de César Vallejo. Y cuando nombro este libro, pienso en “La rueda del hambriento”. Nicanor Parra afirmaba que “le debemos un hígado a Bolaño”. ¿Y qué le debemos a Vallejo? No sólo el Perú sino la lengua castellana. Aquel que, como dijo Rojas “… sacó el ser de la piedra más oscura / cuando nos vio la suerte debajo de las olas / en el vacío de la mano”, y que murió en París de la manera más miserable a consecuencia de una intoxicación crónica de solanina (esa sustancia que producen los brotes de las papas verdes). Curioso destino el de Vallejo. Enterrado en ese París con aguacero mientras los restos de su mujer francesa (Georgette Philippart) reposan en tierras incaicas donde -parafraseando al escéptico y lapidario Lihn- “se desencontrarán para siempre”.

¿Qué poetas chilenos de regiones destacarías? ¿Por qué?
De los que recuerdo con más claridad, sin duda Clemente Riedemann, Rosabetty Muñoz, Paulo Huirimilla, Jaime Huenún, Tulio Mendoza Belio, Damsi Figueroa, Omar Lara, Juan Pablo Riveros, Ramón Riquelme, Bernardo González Koppmann, Juan Cameron y algún otro que se me olvida. Hay muchos buenos poetas que habitan la provincia pero que no tienen la posibilidad de exponer su obra más allá de las fronteras porque siempre son los mismos quienes profitan de los espacios.
Pareciera ser que la poesía chilena se reduce a cuatro o cinco nombres que giran de manera constante y arbitraria, y eso en verdad es vergonzoso.  Y si bien es cierto que algunos de los autores mencionados han podido salir del “horroroso Chile”, la mayoría se desgasta y diluye en el país de las sombras largas. Pero siento que también existe una complicidad para que esto ocurra, expresada en el hecho de no reconocer al otro cuando no pertenece a un grupo determinado, y por el contrario, con qué descarada exageración se promueve al que se es más cercano.

Háblame de poetas latinoamericanos de las últimas décadas que te gusten.
Estoy terminando de recopilar una antología de poesía latinoamericana de mi generación.
Sería injusto nombrar a ciertos autores y dejar a otros fuera. Por tanto hablaré de poetas vivos de otras épocas con los cuales siento afinidad o cuyas obras me resultan del mayor interés.
De Argentina: Jorge Boccanera, Hugo Mujica, Mirta Rosenberg, Luis Benítez. De Perú: Carlos Germán Belli, Rodolfo Hinostrosa, Enrique Verástegui. De Ecuador: Euler Granda. De Colombia: Giovanni Quessep, Jotamario Arbeláez, José Luis Díaz-Granados, Juan Manuel Roca, Piedad Bonnett, Ramón Cote. De Venezuela: Yolanda Pantin. De Uruguay: Rafael Courtoisie. De México: Eduardo Lizalde, Francisco Hernández, Marco Antonio Campos, Coral Bracho, Eduardo Casar, Fabio Morábito, José Ángel Leyva. De Cuba: Miguel Barnet, Waldo Leyva, Reina María Rodríguez. De Nicaragua: Ernesto Cardenal, Claribel Alegría.

¿Un momento especial que haya quedado en tu memoria, una experiencia ligada a la poesía que te haya impactado?
La experiencia más reivindicadora ligada a la poesía sin duda fue el taller literario que impartí en la cárcel pública de Talca el 2000 y 2001. Cuando se me ofrece este posibilidad, acepté de inmediato porque, en este individualismo feroz, debemos ser consecuentes con lo que se piensa y no como dijo un amigo: “Hay personas que arman la Sierra Maestra en el living de su casa y al otro día las comprometes y no llegan”. Esto evidentemente deja una huella profunda porque no sólo está la persona frente a un grupo, sino también se van entremezclando aspectos de la vida personal, sensaciones, sentimientos. El encierro provoca una carencia, una necesidad vital, una situación de permanente alerta a lo que viene de afuera. Entonces uno piensa, cómo esta gente se va a interesar o motivar con las cosas que se les pueda decir, cosas que resultan insignificantes al lado de los dramas que ellos viven a diario. Pero se trataba de ofrecerles una pequeña reivindicación de sus vidas, y por otro lado, la posibilidad de que estos ejercicios literarios que realizaban quedaran plasmados en algo tangible. Así nacieron Los rostros del olvido, que fueron dos pequeños volúmenes distribuidos la gran mayoría entre los internos. Me gustaría citar el párrafo final que el escritor y periodista Gabriel Rodríguez escribió como prefacio: “Considero un honor presentar este trabajo. Nunca estará en el catálogo de las grandes editoriales o en las vitrinas de las librerías de lujo. Pero podrá transitar por las redes de la conciencia humana reclamando su lugar y su tiempo. Sin duda es mucho más de lo que Los rostros del olvido algún día soñaron”.

¿Qué palabras definen –o representan- a Mario Meléndez? ¿Por qué?
Sería pretencioso de mi parte contestar esta pregunta en el sentido que se plantea. No creo que las palabras puedan definirnos. Además las definiciones o etiquetas nunca han sido de mi interés. Liberarnos de aquello que nos define o nos representa, incluso de nuestra biografía, como diría Roberto Juarroz, es “abandonar esa sombra agobiante, esa simulación que es el pasado”.

¿Algo que agregar?
Creo que los personalismos jamás generan redes, jamás abren puertas para que otros avancen. El poeta, de por sí, es un ser precario que necesita de estímulos, y estos sistemas no hacen otra cosa que relativizarlo, ofreciéndole señales de ruta equivocadas. Pero también subyace lo que dijo alguna vez un gran poeta chileno que “el peor enemigo de un escritor no es la sociedad sino otro escritor”.  Bajo esta premisa, ¿de qué nos sirve atesorar conocimiento si después lo vamos a utilizar de manera arbitraria? Asistimos a la instalación de nombres más que de obras, a la proliferación de refritos, tratando de evidenciar un canon que no es tal. Pero el talón de Aquiles de tanta arbitrariedad es subestimar a aquellos lectores atentos que esta sociedad de consumo no ha logrado vulnerar.

 

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